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28/9/08

El Beso.


Una brisa entró por la ventana y el batir de las suaves cortinas sobre mí, hicieron que me despertara de mi sueño. Allí estaba sola sobre mi cama tumbada boca abajo con mi desnudez. Permanecí observando mí cuerpo reflejado en el gran espejo de la habitación, que mostraba mi contorno desnudo sobre las sabanas blancas, desperezándome en el amanecer.

Aquella brisa que invadió la habitación cargándola de calor hizo que una extraña sensación se apoderara de mí. Alguien estaba retirando mi cabello suavemente, mientras yo aún seguía postrada sobre la cama. Aquel extraño beso sobre el pelo, introduciendo con suavidad su aliento entre mi cabello. Aquel beso que me estremeció, que siguió por mi nuca despacio, bajando con aquella sutileza e hizo que mi cuerpo se estremeciera. Su aliento se postraba sobre mi cuello, y sentía aquella lengua buscando el sabor de mi piel, estaba en un estado de inmovilidad total, miré para el espejo y allí estaba yo, sola con mi desnudez.

Cerré los ojos y aquel beso seguía el curso de mi cuerpo, por la espalda, parándose en cada poro, no tenía prisa, la lengua jugueteaba por ella, buscando cada instante mío, cada sensación que sabía que me estremecía. Era como si me conociera, recorría mi columna con placer, se detenía una y otra vez, para mezclar sus besos con las caricias de sus labios, embadurnando mi piel con su lengua, no tenía prisa. Siguió con su beso hasta llegar al ombligo de mis nalgas, sin yo saber que decisión iba a tomar. Su lengua hacía un círculo constante sobre él, para mi mayor excitación. Retornó su viaje con aquella lentitud desesperante en cada centímetro, bajando por las laderas de las nalgas para introducirse en el interior de uno de mis excitados muslos, aquel beso que parecía no tener fin, no paraba.

Siguió aquel recorrido alocado dejando mis muslos deseosos de aquellos besos para proseguir por la pierna, llegando hasta mis pies. Me miré de nuevo al espejo, quería verlo, pero no estaba, sólo me veía a mí, jugando con mis deseosos dedos en la boca, sintiendo cada segundo de aquel amanecer.

Sus labios y besos jugueteaban con los dedos de uno de mis pies, la humedad de su lengua, introduciéndolos entre ellos, uno a uno, descubriendo en cada uno una nueva sensación. Cada dedo era un placer diferente, cada beso una sacudida, mi cuerpo se estremecía cada vez más, mi sexo se empapaba de visiones.

De unos dedos del pie se pasó a los otros, era increíble y fascinante la sensación de empezar de nuevo, los besos, su humedad en ellos, la frialdad de su lengua, hacían que mí cuerpo se agitara cada vez más. Volvió a deleitarse en cada uno de ellos, la lengua se recreaba con el contorno de cada dedo, introduciendo con pinceladas maestras entre ellos la punta de su lengua. Empezó a remontar de nuevo con su lentitud por mí excitado cuerpo, mis labios me comían a mi misma, mi lengua se paseaba por mi dedo, me observaba en el espejo, y me veía ahí con mi cara de placer, aquel goce desenfrenado sobre las sabanas que me hacía retorcer sobre ellas para entregarme a aquellos besos.

Seguía subiendo rozando sólo con la punta de su lengua sobre mi excitada piel. Se introdujo sobre el interior de mi otro muslo, mis nalgas se convulsionaban al sentirla tan próxima, se abrían y cerraban en un extraño movimiento mío como si quisiera indicarle el camino de mi cuerpo. Se paró otra vez en una de mis nalgas, mordisqueo con sus labios, me endulzó con su lengua, dejando que su aliento se introdujera en medio de mis nalgas, y siguió subiendo.

Mi cuerpo se convulsionaba de placer, cada centímetro de su recorrido era una sensación nueva, mis labios eran mojados con mi lengua por aquella satisfacción, mis dedos jugaban entre mis labios, buscando el interior de mi boca aún más sensaciones, mientras me observaba en el espejo, en aquella soledad desenfrenada.

Llegó a mi cabello de nuevo, aquel placer sin prisas, aquella locura en la madrugada y le quise dar todo, me giré el cuerpo para darle la otra parte de mi ser.

Quise mirarle, pero sus labios cerraron mis ojos. Sus besos no paraban, era un sin fin de deseos en mí. Sus sinuosos labios rozaron los míos, pasó por mi garganta tan despacio que contuve la respiración y ahora se acercaba a mis pechos, aquellos giros sin prisas sobre el contorno de ellos; fue tal la sensación que creí que me iban a estallar de tanto placer. Me observaba en el espejo, veía como parecían unos volcanes a punto de reventar, los pezones empujados a la locura, erguidos como jamás los había visto, al sentir aquellos labios posados sobre uno de ellos, su lengua jugando con mi areola, recorriendo dulcemente con su humedad cada milímetro de tal dulce placer, para después amamantarse y saciarse de mi pezón, repitiendo acto seguido lo mismo con mi otro pecho.

Era la locura del amanecer, mi cuerpo seguía postrado sobre aquellas sabanas empapadas de placer, el beso se desprendió de mis pezones para seguir su recorrido, aquel por donde iba dejando sus huellas de tal seducción. Ahora vagaba a mis costados, la sensibilidad que llevaba en su caminar sobre mi piel, me estremecía.

Se aproximaba a mi parte más codiciada, una de mis piernas se recostó sobre la sabana para dejar llegar aquel soplo de besos húmedos sobre mi sexo. No había prisa, pero lo llamaba con mis movimientos, me miraba al espejo y veía mi cara desencajada de tanta excitación, apretando con tanta fuerza en mí uno de mis puños, que mis uñas se clavaban en la palma de la mano.

Se acercó con su maravillosa fuerza sobre mi sexo, mi pequeño bosque entresortijado le recibía, noté como un pequeño hilo de mi humedad salía de mi interior bajando por mis muslos. Quería embriagar aquellos besos de mi humedad, sosegar su sed por el camino recorrido.

Sus besos suavemente salvajes encontraron tal preciado líquido. Con su lengua devolvió mi líquido al interior de mi sexo. Allí se juntaron ambos labios como dos desesperados, era un beso de locura, apretándome sin soltarse, introdujo en mi interior aquella lengua para saciarse aún más de mis néctares. Era la locura, una y otra vez sus labios mordisqueaban mis labios, su lengua entraba salvajemente en mi interior, mezclándose ambos líquidos dentro, le llené de los míos, sacié toda su sed de placer en él, una y otra vez sin parar. Cada beso, cada movimiento de su lengua en mi interior, era un sorbo de placer, parecía no saciarse, y yo le daba más y más...

Cerré lo ojos para olvidarme de todo, me giré mil veces sobre la cama, comprimiendo aquellos segundos eternos y gozosos, para dejar paso más tarde al silencio de mis jadeos.

El viento dejó de soplar, la cortina desistió de ser el abanico de mi calor y yo dejé que mi sueño volviera invadir aquel amanecer.

Lord-Frey
feymon@retemail.es

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